
En el ocaso de mi vida, cavilé. De niño había rescatado a un gatito atascado en la copa de un sauce. Mi foto salió en el periódico y yo, fanfarrón, empecé a expandir los hechos: «¡El alcalde me obsequió un reloj de arena!». Obviaba la parte en que una pirámide humana me alzaba hasta la rama. Exageraba la proeza: «¡El árbol medía cientos de metros!», «¡Un viento boreal me hacía tambalear!»…
Con el tiempo aprendí a engañarme y a jactarme de falsos heroísmos en lugar de ser parte de esa masa que eleva al todo hasta la cúspide.